Comités de Ética Asistencial: ¿Procedimiento versus actitud? 

Resumen

Tanto los procedimientos de análisis utilizados, como la actitud personal de los agentes deliberantes, son elementos clave en el debate bioético. La diferente naturaleza de los hechos científicos y de los morales provoca que la metodología usada en el seno de los CEA incorpore y, al mismo tiempo, corrija y supere, las insuficiencias y sesgos del principialismo y del casuismo como métodos de análisis, a través del proceso de la deliberación colegiada. La paradoja de la deliberación es que el análisis de un mismo hecho puede ser objeto de distintas decisiones que pueden ser opuestas y, sin embargo, igualmente válidas.

Francisco Montero Delgado

Enfermero. Filósofo. Máster en Bioética. Miembro del CEA del Hospital Universitari Vall d’Hebron

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Bioètica & Debat

La diferente naturaleza de los hechos morales y de los científicos provoca que, en el escenario bioético de los Comités de Ética Asistencial (CEA), se produzca una inevitable tensión entre nuestra inteligencia lógico-formal, que históricamente ha evolucionado por ensayo y error, y la denominada inteligencia emocional. La primera es propia de la ciencia, está basada en los principios de causa-efecto y cimentada en el empirismo, que nos dice que el conocimiento procede de la experiencia y de los sentidos; el pragmatismo, que afirma  que el conocimiento surge de la vida práctica; y el racionalismo, que nos indica que el conocimiento emana de la propia razón. La segunda, definida por Daniel Goleman como inteligencia emocional, tiene que ver con la gestión de nuestros sentimientos: la empatía, la compasión, el miedo, el vértigo existencial…;  también, con nuestra espiritualidad, con todo lo relacionado con nuestra ideología y nuestros odios y temores; y tiene que ver especialmente con un singular modo de conocimiento, en un clima de crítica a lo racional a un tiempo peculiar y universal, el del corazón. Aquello que Blaise Pascal denomina en sus Pensées, la lógica del corazón o, si se prefiere, las razones que alberga el corazón. Para Pascal, científico, filósofo y místico, la ciencia es brillante, hermosa, admirable, pero no sirve para el destino humano, para las cosas importantes de la vida y la muerte. Por ello insiste, en su celebérrima frase, que “el corazón tiene razones que no conoce la razón”. Pues bien, en ese territorio fronterizo de gestión de las emociones y de la zona más oscura y primigenia de nuestro inconsciente, se mueve justamente la inteligencia emocional, como sucede con la mayor parte de los conflictos éticos surgidos dentro del marco de la práctica clínica, con los cuales nos enfrentamos los miembros de los CEA. 

Para resolver un problema ético, una persona se ve obligada a discurrir de manera racional y, a la vez, tiene que sentir la suficiente empatía emocional para poder decidir ante este tipo de situaciones

Abundando en esta tensión resultante entre razón y corazón cuando se aborda un dilema moral, recientemente, un grupo de investigadores liderados por Jesús Pujol, del ITA (Instituto de Alta Tecnología), situado en el Parque de Investigación Biomédica de Barcelona (PRBB), ha publicado un artículo en la edición electrónica de la revista PNAS, Proceeding of the National Academy of Sciencies,1 cuyo primer firmante es Ben J. Harrison, de la Universidad Australiana de Melburne, en el cual se señala un interesante descubrimiento neurológico en relación a las partes del cerebro que se activan ante el planteamiento y resolución de un conflicto o dilema moral. Pujol y su equipo han puesto al descubierto que, frente a este tipo de situaciones, se pone en comunicación directa una red neurológica que conecta el cerebro emocional y el cognitivo; es decir, que existe un puente que une la parte más irracional y emotiva del cerebro, el sistema límbico, y la más racional y reflexiva, la parte frontal o neocortical (donde tienen lugar los procesos cognitivos superiores). Las áreas más extremas del cerebro, la más arcaica y la más evolucionada, activan un teléfono rojo, o línea directa, para resolver un dilema moral. Este descubrimiento tiene pleno sentido en relación a lo expuesto anteriormente, dado que, para resolver un problema ético, una persona se ve obligada a discurrir de manera racional y, a la vez, tiene que sentir la suficiente empatía emocional para poder decidir ante este tipo de situaciones.

Estatuto epistemológico de la bioética

Sin embargo, la epistemología –aunque haya renunciado a alcanzar la verdad–  nos indica que no hay disciplina científica si no conseguimos matematicalizar los fenómenos, es decir, traducirlos a número, cuantificarlos. Lo verdaderamente difícil es que no podemos conseguir sentar las bases de una aritmética o matemática de los sentimientos desde la actual teoría del conocimiento. No se puede aplicar la lógica de lo objetivable, sin más, y extrapolarla al mundo de lo no objetivable.

Para Descartes, la ciencia viene definida especialmente por su capacidad para ordenar, clasificar y medir, expresada como un proceso depurado de mejora permanente. La contradicción reside en que, para que una disciplina sea considerada desde el punto de vista epistemológico como científica, debe ser capaz de formular leyes o principios que se expresen matemáticamente y que describan fenómenos, o conjuntos de fenómenos, que tengan un valor universal y objetivable (vacío de todo componente subjetivo), con capacidad para la experimentación y la reproducibilidad, es decir, con capacidad para repetir un determinado experimento en cualquier lugar y con cualquier persona, y que dicha disciplina posea, además, una competencia anticipatoria o predictiva, eso que los filósofos denominan proléptica. Un buen ejemplo de anticipación de la ciencia y de la técnica es el caso de la nave Voyager II, que llegó al planeta Urano el año 1986, tras nueve largos años de travesía interplanetaria, con tan sólo un minuto de retraso respecto a las predicciones de los ingenieros de la NASA. Sin embargo, la conducta humana es impredecible, porque se despliega kantianamente en el ámbito específico de la libertad.

Es por ello que hoy hemos pasado de la incertidumbre a la certeza, en el sentido de que la ética  no se basa en una razón o regla matemática, sino en una razón dialógica, construida mediante una racionalidad comunicativa y dialogada entre sujetos competentes y en condiciones de simetría moral.  

Por tanto, la gran diferencia entre las leyes morales y las leyes de la naturaleza es que las leyes morales pueden transgredirse, mientras que las leyes científicas no, porque son universales y necesarias. El Principio de Arquímedes y la Ley de la Gravitación Universal se cumplen siempre y en todo lugar. Sin embargo, las leyes morales como no matar, no robar, no violar, no hacer daño…, constatamos tristemente que se quebrantan de manera sistemática. No es de extrañar, pues, que la distinta naturaleza de los hechos morales y de los científicos provoque necesariamente que su abordaje metodológico tenga que ser distinto y con características específicas para ambos.

¿Por qué necesitamos un método en el seno del CEA?

Resulta plausible pensar que no podemos dejar a la improvisación, ni a nuestra intuición más abductiva, una cuestión tan trascendente como es la de alcanzar un consejo u orientación moral en el seno del CEA. Es por ello que resulta fundamental la posesión de un método, como auténtica herramienta conceptual para conseguir razonar de una forma correcta y ordenada, haciendo compatible nuestra inteligencia científica con nuestra inteligencia emocional, para que nos indique el mejor camino a seguir en el insoslayable proceso deliberativo y facilitar con ello la toma de decisiones, frente a la necesidad de dar respuesta a un conflicto ético en el marco de la práctica clínica.   

Resulta fundamental la posesión de un método, como auténtica herramienta conceptual para conseguir razonar de una forma correcta y ordenada, haciendo compatible nuestra inteligencia científica con nuestra inteligencia emocional

La palabra método procede del griego clásico méthodos, que significa camino, vía, ruta… Para simplificar, método es la manera, el camino, el conjunto de pasos fijados de antemano para decir o hacer alguna cosa con un determinado orden y corrección. La persona que realiza una consulta al comité, demandando una orientación moral antes de tomar una decisión, espera rigor en el procedimiento de análisis. En este escenario, el agente consultante da por supuesto que no se trata de una improvisada tertulia de radio o de una charla de café. Espera, además, coherencia y justificación en el posible consejo a seguir y espera, del mismo modo, que dicho rigor se extienda al redactado y presentación de forma ordenada de los informes escritos con los consejos morales no vinculantes del comité. 

El CEA, por consiguiente, es el marco idóneo de consenso cuando las decisiones a tomar son conflictivas o difíciles, por la diferente jerarquía de valores y por el carácter pluridisciplinar y de simetría moral de las personas implicadas en el proceso asistencial. El comité se nos revela entonces como un auténtico laboratorio de ensayo ético.

Método deductivo e inductivo en bioética: principialismo y casuismo   

Tras la aparición del Informe Belmont en el año 1978, ha surgido un considerable número de métodos de análisis para abordar los conflictos éticos derivados de la práctica asistencial. Pero, tras un cribaje histórico espontáneo de los mismos, podemos observar que han sobrevivido básicamente dos: un modelo deductivo, el principialismo, y otro inductivo, el casuismo. Una vez analizados ambos, como veremos a continuación, siempre desde el punto de vista gnoseológico, nos damos cuenta de que, en realidad, son, dentro del marco de la bioética, dos tiempos de un mismo proceso.

Para abordar los conflictos éticos derivados de la práctica asistencial han sobrevivido básicamente dos: un modelo deductivo, el principialismo, y otro inductivo, el casuismo

El Informe Belmont de la National Comission sobre investigación y experimentación con seres humanos y Los principios de ética biomédica,2 descritos por James F. Childress y Tom L. Beauchamp, para el análisis de casos de conflictos éticos en la asistencia clínica, constituyen el corpus del modelo deductivo: el principialismo. Éste se materializa mediante la enunciación de los ya conocidos universalmente como los cuatro grandes principios de la bioética: autonomía, beneficencia, no maleficencia y justicia social distributiva. Cuando tales principios entran en conflicto, se impone su jerarquización, priorizando unos sobre otros y según cada caso en particular. No hay que perder de vista en el horizonte que los principios tan sólo son simples herramientas conceptuales, instrumentos para razonar mejor, y siempre constituyen una simplificación de la realidad. No son apodípticos; en ningún momento se constituyen como verdades irrefutables, porque no son fórmulas matemáticas, y cada caso es único e irrepetible.

El modelo deductivo tiene su antecedente filosófico en el Órganon aristotélico y su lógica formal. Órganon en griego clásico significa justamente herramienta, instrumento. Dicha herramienta está fundamentada en el silogismo, (del griego syllogismós, que quiere decir razonamiento). Por tanto, Aristóteles buscaba en su obra la herramienta para razonar correctamente, y consideró que tal instrumento era el modelo deductivo. La deducción va de arriba abajo, de los principios o leyes generales a su aplicación y análisis de las situaciones particulares. 

Más tarde, y siguiendo una línea cronológica de aparición de métodos de análisis bioéticos, surgió una propuesta inductiva, realizada por A. R. Jonsen, M. Siegler y W. J. Winslade en su obra Ética clínica: aproximación práctica a la toma de decisiones éticas en la medicina clínica,3 para desarrollar otro método más de resolución de los conflictos éticos dentro de la práctica asistencial: el casuismo. También es conocido como Método de Galveston, Método de Texas o Método de los cuatro parámetros. Según estos autores, hay que tener bien presente que los problemas éticos están en los casos concretos (de ahí el nombre de casuismo), y no en la teoría abstracta y filosófica de los principios. Para estos tres autores, cuando se analiza un caso en particular, hay que valorar inevitablemente cuatro puntos básicos: a) Las indicaciones médicas, lo que significa sencillamente realizar un buen diagnóstico y proponer un buen tratamiento. b) La calidad de vida del enfermo, es decir, tener en consideración qué calidad de vida tiene y qué calidad de vida le espera tras un tratamiento médico o quirúrgico. c) Tener en cuenta las preferencias del paciente, es decir, su voluntad y sus deseos. d) Valorar los elementos contextuales, o sea, básicamente, su entorno social y económico. Pero no hay que ser un gran observador para darse cuenta de que los cuatro parámetros propuestos por Jonsen, Siegler y Winslade reproducen por este orden: la no maleficencia, la beneficencia, la autonomía y la justicia social. Con este método inductivo, de abajo arriba, se nos ofrece una alternativa que consiste, al fin y al cabo, en ver lo mismo pero desde una perspectiva más concreta y más clínica. Por consiguiente, lo que subyace al Método de Galveston es la clara desconfianza de las grandes abstracciones filosóficas, casi siempre de naturaleza borrosa para el profano, como herramientas o instrumentos intelectuales de análisis para abordar situaciones concretas, tal y como sucede con el principialismo, pero, sin embargo, y he ahí la paradoja, llega al mismo fin. 

Igual que el principialismo que, como método deductivo, tiene su antecedente filosófico en la obra de Aristóteles Órganon, el casuismo, como método inductivo, tiene también su origen en la obra de Sir Francis Bacon,  Novum Organun. Bacon nos dice que el “viejo órgano aristotélico” ya no nos sirve para elaborar un conocimiento bien fundamentado y bien construido. Según él, hay que proceder justamente al revés, de abajo arriba, del análisis y de la observación de multitud de casos empíricos, para posteriormente realizar una inferencia inductiva y conseguir con ello establecer una ley o principio. Hay que decir que la inducción es la base de la estadística. Los ensayos clínicos, por ejemplo, se apoyan en el método inductivo. También es el modo de proceder de la denominada medicina y enfermería basadas en la evidencia. En definitiva, gracias a la inducción, se verifica la eficacia y seguridad de los tratamientos clínicos.

Pero, visto lo cual y siempre desde el análisis bioético,  podemos deducir que ni los casos concretos nos permiten inferir lógicamente prescripciones o normas morales, ni de los principios generales de la moralidad podemos realizar aplicaciones automáticas de comportamientos correctos. Llegamos a la conclusión, por tanto, de que ambos modelos, deductivo e inductivo, nos resultan del todo insuficientes. No existe, pues, un método perfecto que pueda resolver todos los problemas éticos que se nos plantean en los CEA. Y es justo en este punto del proceso donde interviene la deliberación.

La deliberación como balanza teórica del procedimiento

Dado que la realidad siempre es una construcción social, tal y como afirmaba el sociólogo Max Weber, el conocimiento, la interpretación y la valoración del mundo que nos rodea penetra inevitablemente en el territorio de la intersubjetividad. Hoy sabemos que la verdad no es cosa que se pueda encontrar en un individuo razonando en solitario, sino que precisa del concurso de la comunidad, del discurso colectivo establecido mediante el diálogo y el intercambio razonado y razonable de ideas y valores. 

Bien, dicho esto, lo que necesitamos inevitablemente para tomar decisiones comunes dentro del CEA es un procedimiento, al cual denominamos deliberación. A nuestro juicio, la deliberación incorpora, y al mismo tiempo corrige, algunas de las insuficiencias o sesgos de los métodos anteriormente expuestos en el seno de los comités de ética asistencial.

Etimológicamente, la palabra deliberar procede del latín deliberare, compuesta del prefijo de, que indica intensidad, y liberare, que significa pesar, de la misma raíz que el peso libra. Es decir, se trata de la balanza teórica que utilizamos como herramienta conceptual para sopesar los argumentos a favor y en contra de una idea que, en el caso del CEA, consiste en la elaboración de un juicio moral.

La deliberación persigue confrontar las diferentes doxas u opiniones, y aportar razones o argumentos a favor de una opción o de otra y donde incluso es posible el desacuerdo; no hay que olvidar que su objetivo es cualitativo, no sumatorio

La deliberación no se fundamenta, como sucede en la lógica democrática, en criterios numéricos o cuantitativos, sino en criterios cualitativos y de consenso. La premisa mayoritaria es una visión demasiado estadística o numérica de la democracia (en el sentido del demos griego, el gobierno de la mayoría o, si se prefiere, de la mitad más uno de los votos). No tiene como objetivo la votación, ni la agregación acumulativa de votos. En lugar de agregar o sumar opiniones, la deliberación persigue confrontar las diferentes doxas u opiniones, y aportar razones o argumentos a favor de una opción o de otra y donde incluso es posible el desacuerdo; no hay que olvidar que su objetivo es cualitativo, no sumatorio. Se trata, sobre todo, de aportar argumentos y promover desarrollos mutuamente respetuosos en la toma de decisiones y en la búsqueda de consenso. En este sentido, es bueno seguir la máxima del filósofo Zionides: “en ocasiones, lo que conocemos como verdad no es más que un error compartido por la mayoría”.

Persigue, asimismo, introducir razones, saber escuchar y dejar que todo el mundo se exprese libremente y sin coacciones, lo cual nos permite construir procesos más respetuosos que pueden hacer superar enfrentamientos y posturas en principio aparentemente irreconciliables o antagónicas. Por tanto, podemos afirmar que las cuestiones morales son opinables y, al mismo tiempo, paradójicas (la para-doxa de los griegos), y no pueden ser por su propia naturaleza matemáticas ni deductivas. 

Como afirma Diego Gracia: “Un comité es un órgano de deliberación. La función del comité es deliberar. Por tanto, no se trata de informar a otros de las propias ideas, ni de convencerles, ni de cambiar sus sistemas de creencias o valores. La función de un comité es distinta, es deliberar, a fin de tomar decisiones sobre cuestiones complejas”.4 Se basa, pues, en la inclusión de todas las distintas aproximaciones y perspectivas, desde una visión panóptica, es decir, desde todas las ópticas, con la finalidad de enriquecer el discurso colectivo y multidisciplinar, además de la comprensión de las cosas y de los hechos.
 

La aparente paradoja de la deliberación prudente

Los miembros de los comités éticos, como agentes deliberantes, deben ser especialmente conscientes de que, en cuestiones morales, la deliberación prudente de un caso admite casi siempre más de una solución razonable. El análisis de un mismo hecho puede ser objeto de distintas decisiones, que incluso pueden llegar a ser opuestas y, sin embargo, igualmente válidas.

El paso de súbdito a ciudadano

La deliberación, la bouleusis griega, tiene su momento de emancipación o mayoría de edad con la dialéctica histórica situada en la época de la Ilustración, que culmina con la Revolución Francesa. Por primera vez, el súbdito y el esclavo se convierten en ciudadanos de pleno derecho. El sistema vertical o piramidal de las sociedades autárquicas del Ancien régime se transforma en un modelo horizontal y democrático. La dialéctica hegeliana del amo y el esclavo es superada por el nacimiento de un ciudadano nuevo, un ser humano que empieza a ser, por primera vez en la historia de la humanidad, dueño de su propio destino. El paternalismo médico continúa siendo un elemento residual más del modelo vertical de tales relaciones. 

Al margen de la separación de los tres poderes descritos por Montesquieu en su Espíritu de las Leyes, dos cuestiones son básicas en las sociedades democráticas: el respeto por los derechos humanos y la libertad religiosa (versus teonomía) resultante de la separación entre Iglesia y Estado, es decir, la materialización de facto de un modelo aconfesional o laico.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, (1948), está escrita en clave kantiana, teniendo en cuenta dos aspectos fundamentales: primero, el ser humano debe ser considerado como un fin en sí mismo, nunca como un medio o, dicho de otro modo, no debe ser instrumentalizado ni reificado; y segundo, el ser humano posee dignidad, y no precio; no es una cosa entre las demás cosas, porque la dignidad no es una mercancía, no se negocia.

La separación entre Iglesia y Estado, ya propuesta por Spinoza en su Tractatus Theologico-Politicus, ha favorecido el laicismo como marco neutral que permite la expresión y convivencia de todas las creencias religiosas, sin la discriminación de los ciudadanos no creyentes. Todos tienen cabida en ese espacio de libertad. La laicidad es sencillamente un marco en el cual se señalan los límites de la convivencia, eso que John Rawls denomina las diferencias razonables.

En un Estado democrático, nadie puede arrogarse, incluidas las religiones tradicionales, una mayor autoridad moral que el resto, puesto que no debemos imponer a los demás nuestra propia idea de bien, siempre y cuando se tenga como telón de fondo el respeto por los derechos humanos.

¿Por qué, pues, el laicismo? Pues porque Fedor Dostoiewski no tenía razón cuando, parafraseando a Nietzsche, dijo: “Si Dios ha muerto, todo está permitido”. El ciudadano libre, más allá de sus íntimas creencias religiosas, no necesita del castigo o del premio eterno para hacer el bien. Hay que afirmar con rotundidad y sin paliativos que, si Dios ha muerto, “no todo está permitido”, porque el ser humano es un homo moralis, es un ser moral por naturaleza. Racionalmente, (el credo quia absurdum de San Agustín, “creo porque es absurdo”), no podemos saber si los dioses son simplemente una ficción o una ilusión cognoscitiva de la mente, tampoco sabemos si la humanidad ha estado eternamente sola, desprotegida de la tutela y del amparo divino, pero lo que sí que sabemos es que ello no es en absoluto una razón insalvable para hacer el bien.   

Perfil y actitudes de los miembros del CEA

El filósofo Francesc Torralba ha planteado una serie de interesantes propuestas para la realización de un debate público sobre la conveniencia de determinados valores en el ámbito de la democracia deliberativa que, unidas a algunas aportaciones de nuestra experiencia personal, se nos revelan como las más idóneas para participar y mostrar las actitudes que deben poseer o cultivar los miembros de los CEA. 

En primer lugar, es muy importante evidenciar una actitud sincera de respeto por el otro agente deliberante y conseguir las máximas condiciones de simetría moral. La segunda cuestión a tener en cuenta es que cualquier miembro de un CEA debe ser especialmente sensible a la hora de saber escuchar los argumentos de los demás. La escucha atenta es una acción realmente difícil en el proceso deliberativo. La ética discursiva, comunicativa o dialógica, persigue la comprensión, el entendimiento, no el lucimiento personal o retórico. Es bastante habitual que muchos interlocutores no estén atentos a los argumentos del otro y se encuentren más pendientes de aquello que van a decir ellos mismos. El diálogo bioético no se debe entender como un campo de batalla, sino como un espacio de consenso. Los excesos de protagonismo personal deberían ser desactivados desde dentro del CEA. En tercer lugar, para ser miembro del CEA, es conveniente estar dotado de una cierta capacidad para identificar y comprender los valores ajenos, así como los aspectos relacionados con su componente más emocional. Una cuarta propuesta es que hay que ejercitarse en exponer los valores personales que, si bien no se corresponden exactamente con certezas verificables ni demostrables, se trata de convicciones que se pueden fundamentar racionalmente. En este ejercicio, es inevitable el despliegue de una cierta desnudez moral, de quedarse a la intemperie ética, ya que hay que mostrar los valores propios para contraponerlos a los demás. Otro aspecto importante en el seno del CEA es tener capacidad suficiente para argumentar racional y razonablemente. Sin perder del horizonte que no todo lo racional es razonable, de la misma forma que no todo lo legal es ético, ni todo lo ético es legal. En sexto lugar, hay que saber distanciarse de los principios y valores personales durante el acto de la deliberación. Quien no esté dispuesto a modificar su opinión frente a argumentos más contundentes y sólidos que los suyos debería abstenerse de participar en el acto deliberativo. Asimismo, es muy valorable, en el perfil de los miembros del CEA, ser poseedor de una buena capacidad de autocrítica y humildad, especialmente para luchar contra los propios prejuicios, sobre todo en lo referente a los que tienen que ver con la autosuficiencia personal. La contención emotiva es un elemento básico en el CEA. En este sentido, hay que saber gestionar o administrar de una manera prudente lo relacionado con nuestras emociones. En penúltimo lugar, es muy conveniente también el rasgo de buena predisposición para identificar y asumir los argumentos positivos del otro agente deliberante, que seguro que los tiene. Por último, hay que poseer una actitud crítica frente al fundamentalismo, relativismo y escepticismo. En este sentido, hay que decir que el fundamentalista es quizás el ser más pernicioso dentro del CEA, puesto que, además de creerse en posesión de la verdad, se ve en la obligación moral de imponerla a los otros.

De todos los rasgos que debe reunir el perfil de los miembros del CEA, la actitud más apreciada y sobresaliente para todo el mundo es, sin duda, la prudencia; la deliberación prudente

Pero, de todos los rasgos que debe reunir el perfil de los miembros del CEA, la actitud más apreciada y sobresaliente para todo el mundo es, sin duda, la prudencia; la deliberación prudente, surgida de la phrónesis griega, y reforzada por la expresión latina in medio virtus, es decir, en el medio está la virtud, aquella especial disposición de ánimo que desea huir de las posiciones extremas y ser ponderada y comedida en los juicios de valor. 

Otras actitudes aconsejables, además de la prudencia, para ser miembro de un CEA, tal y como señala Salvador Ribas, son la tolerancia, la paciencia y la compasión para ayudar a personas que se encuentran en situaciones difíciles. La honestidad, la humildad y el conocimiento de uno mismo y sus limitaciones, para establecer un clima de confianza en las reuniones, además del coraje para afrontar situaciones en las que pudiera darse alguna lucha de poder interno.

Es necesaria la escucha recíproca, el enriquecimiento de la competencia profesional interdisciplinaria y la autenticidad en los acuerdos. Son un auténtico estorbo los dogmatismos científicos o espiritualistas y las visiones reduccionistas. La ignorancia hace el diálogo bioético imposible

Por último, dos grandes maestros de la bioética en España, Francesc Abel y Diego Gracia, coinciden, desde dos cosmovisiones distintas, sobre el talante que debe presidir a los miembros de los CEA: “Para el diálogo bioético, son imprescindibles: el respeto al otro, la tolerancia, la fidelidad a los propios valores, la escucha atenta, una actitud interna de humildad; el reconocimiento de que nadie puede arrogarse el derecho de monopolizar la verdad y que todos hemos de hacer un esfuerzo de receptividad, la posibilidad de cuestionarse las propias certezas desde otras posiciones, la razonabilidad de los argumentos… En otras palabras, es necesaria la escucha recíproca, el enriquecimiento de la competencia profesional interdisciplinaria y la autenticidad en los acuerdos. Son un auténtico estorbo los dogmatismos científicos o espiritualistas y las visiones reduccionistas. La ignorancia hace el diálogo bioético imposible”.5

“Deliberar es un arte, basado en el respeto mutuo, cierto grado de humildad o modestia intelectual, y el deseo de enriquecer la propia comprensión de los hechos, escuchando e intercambiando opiniones y argumentos con los otros implicados en el proceso. La deliberación es un modo de análisis público y crítico de los propios puntos de vista. Necesita de ciertos conocimientos, pero especialmente de ciertas habilidades y sobre todo de algunos rasgos de carácter (…), todo el mundo cree estar en posesión de la verdad, y piensa que todos aquellos que defienden opiniones o creencias distintas de las suyas son tontos o malos. Deliberar es un proceso de auto-educación. Quizá también sea un proceso de auto-análisis, y hasta cierto punto una terapia”.6


Referencias bibliográficas:

1. Harrison BJ, Pujol J, López-Solà M, Hernández-Ribas R, Deus J, Ortiz H, Soriano-Mas C, Yücel M, Pantelis C, Cardoner N. Consistency and functional specialization in the default mode brain network. Proc Natl Acad Sci USA. 2008;105(28):9781-6.
2. Beauchamp TL, Childress JF. Principles of biomedical ethics. 5ª ed. New York: Oxford: Oxford University Press; 2001.
3. Jonsen AR, Siegler M, Winslade WJ. Ética clínica: Aproximación a la toma de decisiones éticas en la medicina clínica. Barcelona: Ariel; 2005.
4. Gracia D. Teoría y práctica de los comités de ética. En: Martínez JL, editor. Comités de bioética. Madrid: Desclée De Brouwer; Universidad Pontificia de Comillas; 2003. p.60-70.
5. Abel F. Historia y funciones de los comités de ética asistencial. Labor Hospitalaria. 1997; 29(244): 110-118.
6. Gracia D. La deliberación moral. El papel de las metodologías en ética clínica. En: Sarabia y Albarezude J, de los Reyes López M, editores. Jornada de debate sobre Comités Asistenciales de Ética. Madrid: Asociación de Bioética Fundamental y Clínica; 2000. p. 21-41.

Montero F. Comités de Ética Asistencial: ¿Procedimiento versus actitud?. bioètica & debat · 2008; 14(54): 10-15