Declaración Universal de los Derechos Humanos: aniversario
El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas, reunida en el Palacio de Chaillot de París, aprobó y proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El diciembre de este año se celebrará el 75º cumpleaños. Bioètica & debat ya se hizo eco de una efeméride tan importante en el 60º cumpleaños. Recuperaremos tres de los artículos que se hicieron en aquella ocasión por su actualidad e interés, adhiriéndonos a una conmemoración tan importante. Este mes presentamos el artículo de Federico Mayor Zaragoza que explica el porqué de su relevancia.
Presidente de la Fundación Cultura de la Paz. Exministro de Educación y Ciencia. Exdirector general de la UNESCO.
La aprobación por la Asamblea General de las Naciones Unidas, el día 10 de diciembre de 1948, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, constituye el acto más relevante del siglo XX por el impacto que ya ha tenido en tantas generaciones y el que, sin duda, tendrá en el futuro
Estoy convencido de que la aprobación por la Asamblea General de las Naciones Unidas, el día 10 de diciembre de 1948, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, constituye el acto más relevante del siglo XX por el impacto que ya ha tenido en tantas generaciones y el que, sin duda, tendrá en el futuro. Es en momentos de crisis como los presentes –crisis financiera, medioambiental, democrática, alimenticia, ética…– cuando son más necesarios y apremiantes los asideros morales para realizar los cambios radicales que la dignidad de la humanidad en su conjunto reclama. Los Derechos Humanos, y las responsabilidades correspondientes, constituían los grandes puntos de referencia para las Naciones Unidas, que acababan de iniciar su andadura en San Francisco, en 1945. “Nosotros, los pueblos… hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra”: así se inicia el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas. Por el compromiso supremo con las generaciones futuras, los pueblos de la tierra procurarán construir la paz de tal manera que, progresivamente, la fuerza, la imposición, la violencia sean sustituidas por la palabra, la conciliación, la comprensión.
Es en momentos de crisis como los presentes –crisis financiera, medioambiental, democrática, alimenticia, ética…– cuando son más necesarios y apremiantes los asideros morales para realizar los cambios radicales que la dignidad de la humanidad en su conjunto reclama
La Constitución de la UNESCO, uno de los documentos más luminosos y orientadores en relación a los Derechos Humanos que tres años más tarde se establecerían, proclama en su preámbulo que “La grande y terrible guerra que acaba de terminar no hubiera sido posible sin la negación de los principios democráticos de la dignidad, la igualdad y el respeto mutuo de los hombres, y sin la voluntad de sustituir tales principios, explotando los prejuicios de ignorancia, de la desigualdad de los hombres y de las razas... La amplia difusión de la cultura y de la educación de la humanidad para la justicia, la libertad y la paz son indispensables a la dignidad del hombre y constituyen un deber sagrado que todas las naciones han de cumplir con un espíritu de responsabilidad y de ayuda mutua”.
Es de destacar que la Constitución de la UNESCO es el único texto de las Naciones Unidas en el que se hace mención de “principios democráticos”... “favoreciendo la cooperación entre las naciones, con objeto de fomentar el ideal de la igualdad de posibilidades de educación para todos, sin distinción de raza, sexo ni condición social o económica alguna... para preparar a los niños del mundo entero en las responsabilidades del hombre libre”. Educación para liberar, para dar alas sin lastre ni adherencias que permitan un alto vuelo en el espacio infinito del espíritu. Educación para la libertad, para comportarse según cada uno decide, de acuerdo con la propia reflexión. Educación para “dirigir con sentido la propia vida”, según la inmejorable definición, que me gusta repetir, de Francisco Giner de los Ríos.
Tres años más tarde, en 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprueba la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuyo preámbulo se inicia así: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana...”,... “Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado, en la Carta, su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana... se han declarado resueltos a promover el progreso social y elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad...”... Tenemos que situar el artículo primero de la Declaración en el mismo centro de nuestra conducta, de nuestro proceder cotidiano: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. El concepto de radical igualdad de todos los seres humanos para “liberar a la humanidad del miedo y de la miseria”, se convierte en el eje alrededor del cual las múltiples facetas y dimensiones de la personalidad humana deben articularse armoniosamente.
Por desgracia, poco a poco, los países más poderosos de la tierra marginaron esta gran iInstitución supranacional y se agruparon (G7-G8) para establecer sus propias líneas de acción a escala global, sustituyendo de hecho un sistema “democrático” por una plutocracia. Lo peor fue cuando, en la década de los ochenta, cambiaron los principios éticos de la justicia, la libertad, la igualdad y la solidaridad –“intelectual y moral”–-, según la Constitución de la UnescoNESCO,- por los valores del mercado. El resultado está a la vista: muchos gobernantes debilitaron a los Estados con una gran transferencia no sólo de recursos sino de responsabilidades políticas, a grandes corporaciones multinacionales que, por “su avaricia e irresponsabilidad”, en palabras del Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, condujeron a la gravísima situación económica y social actual.
Para transformar la realidad, es preciso conocerla en profundidad. Es preciso que los límites entre lo factible y lo éticamente admisible se establezcan, precisamente, en virtud de los Derechos Humanos.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos no debe figurar tan sólo en las Constituciones de los distintos países, que ya es mucho, sino que debe sobre todo incorporarse sin reservas a la ciudadanía
La Declaración Universal de los Derechos Humanos no debe figurar tan sólo en las Constituciones de los distintos países, que ya es mucho, sino que debe sobre todo incorporarse sin reservas a la ciudadanía. El 2 de enero de 1982, como mMinistro de Educación y Ciencia, consideré conveniente, por cuanto acabo de comentar, subrayar la importancia que en todos los grados del sistema educativo reviste el conocimiento de los Derechos Humanos: “Dado el clima de tensiones y de irritantes desigualdades que caracteriza al mundo actual… resulta obligado intensificar la acción a favor de los derechos humanos y del cumplimiento de los deberes correlativos”.
Los humanos se caracterizan por unas facultades distintivas que les diferencian de todos los otros seres vivos: capacidad de pensar, imaginar, inventar, ¡crear!. Cada ser humano único, es capaz de la desmesura creadora, que escapa del determinismo propio de las reacciones químicas que, por complementariedad espacial, rigen la biología de todas las especies, incluida la humana. Frente a la fragilidad y finitud corporal, la ilimitada actividad intelectual. En esta facultad de hacer lo inesperado, de no conformarse con las ineluctables pautas que caracterizan a todos los seres vivos con la excepción de los humanos, en esta característica sorprendente y misteriosa, reside la esperanza. Por ello, si bien los derechos humanos son indivisibles, hay un derecho humano supremo, el derecho a la vida, porque de ella depende la posibilidad de ejercer todos los demás derechos.
La tolerancia y la transición desde una cultura de imposición y de violencia a una cultura de diálogo, conciliación y paz son componentes insustituibles para garantizar la salvaguardia de la dignidad humana
La tolerancia y la transición desde una cultura de imposición y de violencia a una cultura de diálogo, conciliación y paz son componentes insustituibles para garantizar la salvaguardia de la dignidad humana. Por esta razón, en la Ley de Fomento de la Educación y de la Cultura de Paz, de 30 de noviembre de 2005, se establece: “En el marco de la década internacional para la cultura de paz (2001-2010) proclamada por las Naciones Unidas, esta lLey, reconociendo el papel absolutamente decisivo que juega la educación como motor de evolución de un a sociedad, pretende ser un punto de partida para sustituir la cultura de la violencia, que ha definido al siglo XX, por una cultura de paz, que tiene que caracterizar al nuevo siglo. La cultura de paz la forman todos los valores, comportamientos, actitudes, prácticas, sentimientos, creencias, que acaban conformando la paz”.
En estos albores de siglo y de milenio, los horizontes sombríos podrán esclarecerse si unimos, a la conciencia global que nos proporciona hoy la visión del conjunto de la tierra y de sus habitantes, la tensión humana que es necesaria para buscar con denuedo nuevos caminos, soluciones nuevas. O crearlas, utilizando la capacidad distintiva de la especie humana. Esto permitirá la gran transición, que nos llena de esperanza: de súbditos a ciudadanos. De espectadores impasibles, y hasta indiferentes, a actores, a personas que participan, expresando sus puntos de vista, a consolidar la democracia, que debe necesariamente reflejar, en su quehacer, la voz del pueblo. Este pueblo que hasta ahora podía expresarse tan sólo con motivo de elecciones o de consultas y que, ahora, podrá hacerlo de forma no presencial a través de la moderna tecnología de la comunicación (SMS, iInternet…).
Sí, podemos. El siglo XXI, orientado por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, será, por fin, el siglo de la gente.
Para citar este artículo: Mayor Zaragoza F. Declaración Universal de los Derechos Humanos: aniversario. bioètica & debat · 2009;15(55):1-4