El cansancio vital. Una exploración filosófica

Resumen

El objetivo fundamental de este artículo consiste en explorar filosóficamente la expresión cansancio vital y su relación con el vacío existencial. Se analizan las causas del cansancio vital y los posibles modos de abordar una cuestión de esta naturaleza a partir de la noción de voluntad de sentido de Viktor Frankl. 

Publicado
21 | 12 | 2023
Francesc Torralba Roselló

Doctor en Filosofía, en Teología, en Pedagogía y en Historia, Arqueología y Artes Cristianas. Autor de numerosas publicaciones y director de varias revistas académicas. Miembro de varias instituciones académicas nacionales e internacionales. Director de la Cátedra Ethos de ética aplicada en la Universidad Ramon Llull y catedrático de la misma universidad. Miembro del equipo académico del Institut Borja de Bioètica-URL.

Comparte:
IMPRIMIR
El cansament vital

1. Aclaración conceptual

Lo primero que debemos preguntarnos para proceder de un modo ordenado es el significado de la expresión cansancio vital. No cabe duda de que es una expresión que alberga una pluralidad de significados. Cuando una persona la atraviesa, experimenta que nada de lo que hace tiene valor, que nada llena su ser, que todo esfuerzo es en balde. Se refiere a una situación emocionalmente negativa, no deseada, que se produce cuando lo que hasta aquel momento tenía sentido o valor, por una razón u otra, deja de tenerlo. 

El cansancio vital se relaciona estrechamente con la falta de motivación, pero, también, de orientación. Quien la experimenta, no sabe qué hacer, por dónde ir, cómo recuperar el deseo de vivir

El cansancio vital se relaciona estrechamente con la falta de motivación, pero, también, de orientación. Quien la experimenta, no sabe qué hacer, por dónde ir, cómo recuperar el deseo de vivir. 

En esos momentos, la vida se le antoja como algo anodino y rutinario, como una repetición automática de momentos que carecen de valor, como una broma pesada. Experimenta el pasar de los días con total indiferencia y siente que está de más, que sobra en este mundo. Esta crisis no acaece por azar, tiene sus razones que, posteriormente, trataremos de indagar, pero cuando se produce, todo lo que hasta aquel momento poseía valor, merecía la pena, deja de tenerlo, se despoja de su significado. 

2. Cansancio vital y vacío existencial

Uno de los pensadores del siglo XX que más ha reflexionado sobre este asunto es Viktor Frankl. Desde su propuesta clínica de la logoterapia existencial, plantea un método para abordar la crisis de sentido y rescatar a la persona de la desidia o de la desgana vital . El concepto vacío existencial fue acuñado por él a partir de su experiencia como psiquiatra. 

Viktor Frankl plantea que todo ser humano desea vivir una vida plena de sentido, experimentar que su existencia tiene un significado. Puede haber distintos modos para conseguirlo, pero la voluntad de sentido (Wille zum Sinn) es común y transversal a todos los seres humanos. Se trata de una necesidad de índole espiritual, propia y exclusiva de la persona. Se puede definir como una necesidad de cuarto nivel, más allá de las de orden biológico, psicológico y social. Esta necesidad se experimenta de un modo más vehemente cuando uno sufre algún tipo de adversidad o de revés en su vida, de tal modo que todo aquello que le daba un valor se tambalea o bien se derrumba.

A su juicio, la pregunta por el sentido no es la manifestación de una enfermedad mental, sino expresión de madurez. Es señal de madurez el hecho de que alguien se niegue a recibir una respuesta simplemente de manos de la tradición y prefiera asumir él mismo, y por su cuenta, la búsqueda de lo que otorga significado a su vida.

La crisis, tal y como subraya Viktor Frankl, no se debe confundir con un estado patológico, aunque puede derivar en ello. El estado de depresión puede ser suscitado por una crisis de sentido continuada, pero ésta no es, por sí misma, una patología, sino una vivencia emocional que fluctúa y que inunda la conciencia humana en el momento más inesperado

La crisis, tal y como subraya Viktor Frankl, no se debe confundir con un estado patológico, aunque puede derivar en ello. El estado de depresión puede ser suscitado por una crisis de sentido continuada, pero ésta no es, por sí misma, una patología, sino una vivencia emocional que fluctúa y que inunda la conciencia humana en el momento más inesperado. 

Tal como la concibe Viktor Frankl, cuando persiste y no es simplemente momentánea, deriva en un estado de ánimo grave que se denomina el vacío existencial. El vacío existencial no está unido a una franja de edad. Es un estado de ánimo que puede sufrir cualquier ser humano a lo largo de su vida. 

Esta cuestión, ya se plantee de un modo expreso o de una manera simplemente tácita, debe ser considerada como un problema verdaderamente humano. El hecho de traer a colación este problema no debe interpretarse por parte de los profesionales como un síntoma o expresión de algo enfermizo, patológico o anormal. Es la verdadera expresión de la persona, de lo más humano que hay en ella. 

Según el pensamiento contemporáneo, está reservado al ser humano como tal, y exclusivamente a él, enfocar su propia existencia como algo problemático, experimentar el carácter cuestionable de su ser. Es este hecho, mucho más que otros factores, tales como la capacidad de hablar, la de pensar en forma de conceptos o la de marchar erguido, lo que puede y debe ser considerado, en rigor, como criterio determinante de la esencial distinción entre ser humano y animal. 

El problema del sentido de la vida puede llegar a avasallar totalmente al individuo. No existe una única edad donde se plantea esta cuestión. En el período de pubertad, por ejemplo, se revela al joven que va madurando espiritualmente y lucha para ver claro.

Siguiendo la teoría de Erikson, en la vejez es cuando la persona tiene que resolver la última gran crisis de su desarrollo vital. En este momento, reflexiona sobre lo vivido para aceptar su historia de vida. La resolución positiva del conflicto lo llevará a estar satisfecho con las decisiones tomadas y a aceptarlas como apropiadas e inevitables en las circunstancias en las que las tomó. Por el contrario, una resolución negativa origina arrepentimiento, remordimientos y desesperación por los errores cometidos y la falta de oportunidad de volver atrás para solucionarlos.

Cuando uno sufre el vacío existencial, no ve posibilidad alguna, solo observa limitaciones y muros. Entiende que nada puede ser distinto de como es y su autoestima llega a ser mínima. Ninguna persona debería recrearse en su propia insuficiencia, refugiarse en el victimismo de sus propias limitaciones o despreciar sus propias posibilidades interiores. No importa que se sienta desesperada con respecto a sí misma, que cavile y se torture creyendo que todas las salidas se le cierran: este único hecho, esta actitud reflexiva sobre su situación vital ya la justifica, en cierto modo. 

3. El antídoto espiritual: el sentido

El sentido de la vida como problema está mal planteado si se refiere en abstracto a la vida y no, en términos concretos, a un momento específico de la vida personal e individual. Si reflexionamos sobre la estructura originaria de nuestro vivir el mundo, tendremos que operar sobre este problema, ya que es la vida misma la que plantea preguntas a la persona. Las respuestas que la persona dé a estas preguntas deberán ser siempre respuestas concretas. 

No es la duración de una vida humana lo que determina la plenitud de su sentido. No juzgamos el valor de una biografía por su extensión, por el número de páginas del libro, sino por la riqueza de su contenido. Escribe Viktor Frankl: “Lo importante no es que uno sea joven o viejo; no importa la edad que se tenga; lo decisivo es la cuestión de si su tiempo y su conciencia tienen un objeto al que esa persona se entrega, y si ella misma tiene la sensación, a pesar de su edad, de vivir una existencia valiosa y digna de ser vivida; en una palabra, si es capaz de realizarse interiormente, tenga la edad que tenga. Da igual que la actividad que debe dar contenido y un sentido a la existencia humana esté retribuida o no; desde el punto de vista psicológico, lo más importante y decisivo es que esa actividad despierte en el hombre, aunque éste sea ya anciano, la sensación de existir para algo o para alguien”. 

La capacidad de trabajo no lo es todo, ni la razón suficiente y necesaria para infundir sentido a la vida de la persona. Uno puede tener capacidad de trabajo y, sin embargo, padecer una vida carente de sentido; del mismo modo que puede muy bien darse lo contrario, el del ser humano que sabe dar sentido a su vida, aun hallándose incapacitado para trabajar. Aunque es cierto que el verdadero vacío y la gran pobreza de sentido se revelan en algunos inmediatamente, tan pronto como su ajetreo profesional se paraliza o cuando cambia bruscamente el equilibrio de la vida compartida con otras personas. 

Como seres sociales que somos, muchas personas podrán encontrar su sentido en los espacios compartidos con otros. Dicho de otro modo, lo que realmente importa es el rol otorgado socialmente a una persona, ya sea en su trabajo, como compañero, o en la familia, como abuelo, esposo, hijo o hermano. 

Existe una tendencia general a identificar el sentido de la vida con la acción; sin embargo, también es posible hallar este sentido en la contemplación, en el gozo de la inacción, en la belleza del mundo y del arte o en la fruición estética. Para la persona cuyo sentido de la vida radica en la acción, si se halla en una situación en que no puede actuar o en que su campo de acción se vea muy mermado, sentirá que su vida carece de sentido. Tal circunstancia puede ser el pretexto para dejarse y acabar consigo misma, pero también puede ser la excusa para recrear el sentido, para reinventarse y hallar otro tipo de motivación que no pase, necesariamente, por la acción. El testimonio de personas que han sufrido una larga enfermedad lo avala. Después de la crisis de sentido, han descubierto valores y posibilidades que hasta aquel momento no habían vislumbrado. 

La crisis de sentido es un fenómeno esencialmente humano, porque solo el ser humano anhela vivir una vida con sentido y espera vivirla de este modo

La crisis de sentido es un fenómeno esencialmente humano, porque solo el ser humano anhela vivir una vida con sentido y espera vivirla de este modo.

En un momento u otro, la experiencia de la vida es una experiencia del límite, de abandono, de muerte, de vacío y de soledad. Karl Jaspers definió, en su libro Filosofía (1932), como límite aquella situación de la que no podemos salir, que no se puede cambiar, que no se puede resolver con la ayuda del conocimiento científico, tecnológico o farmacológico. 

En una situación de tal naturaleza, de nada sirven los expertos, los especialistas o los manuales. En tales situaciones, la pregunta por el sentido se experimenta con máxima rotundidad y cuando uno no detecta una respuesta razonable, puede llegar a la conclusión de que no merece la pena existir. Como profesionales del cuidar y del curar, nos interesa indagar la génesis de la pérdida, pues solo quien conoce la causa, puede aventurar mecanismos de prevención y de terapéutica.

Existen situaciones que activan esta crisis de sentido en el atardecer de la vida. Es imposible realizar un cuadro completo de ésta, porque cada persona es un mundo, pero hay unas constantes que se repiten y que merecen la atención por parte de los profesionales. La situación límite es una situación no esperada, no deseada, que deja al ser humano fuera de control y que altera toda su vida anterior, hasta tal extremo que entiende que ya no tiene valor hacer lo que hacía y luchar por lo que luchaba. Se siente con las manos vacías, solo, a la intemperie. 

En estos momentos, la persona que los vive puede experimentar una pérdida, más o menos momentánea, del control de su situación vital, de su vida. Si no se recupera satisfactoriamente ese control, la persona se encuentra en una situación proclive a experimentar una crisis del sentido. 

4. Consecuencias del cansancio vital

La desgana o el cansancio de vivir afectan al cuerpo, pero también al carácter. Aflora un abanico de sentimientos que afectan negativamente a la persona y a su entorno: la agresividad, el resentimiento, el rencor, el pesimismo, la moral de derrota, la angustia vital, la congoja y, en ocasiones, un humor ácido y sarcástico. Entre los efectos, se debe contar también con el aburrimiento y la indiferencia. El aburrimiento es la falta de intereses y la indiferencia, la falta de iniciativa. 

Esta desgana vital se puede expresar en la dejadez del propio aspecto externo, en la disminución del apetito, tanto la ingesta como el impulso sexual. Unido a este efecto está la parálisis vital. Cuando hay un objetivo, la persona dispone de algo que la estimula a hacer cosas, a realizar actividades, ya sea para sí misma o para los otros, pero cuando no existe, la fuerza motriz se apaga y el resultado es la parálisis y la atrofia vital. Esta situación tiene, como es evidente, efectos negativos en la fisiología del cuerpo.

4. 1. El hermetismo

La crisis de sentido conduce a la persona al hermetismo. Ésta se cierra en su propio mundo, pues llega a la conclusión de que no merece la pena hablar, ni expresar sus propias opiniones o ideas. Se calla, porque para ella no hay motivos para esforzarse en la defensa de una idea o un punto de vista. 

Este hermetismo la aísla del mundo, y cuanto más se prolonga en el tiempo, más crece su sensación de inutilidad, de no ser significativa para nadie, de sobrar en el mundo. 

4. 2. Incumplimiento o resistencia terapéutica
     
Cuando la persona siente que no existe ningún motivo para seguir vivo, puede decidir libremente no seguir un tratamiento de eficacia probada o cuidados pautados por el equipo sanitario con el fin de ausentarse de este mundo. 

La crisis de sentido puede, incluso, apagar el deseo de mantenerse con vida, expresión del instinto de supervivencia que está presente en todo ser vivo. El ser humano, en virtud de su inteligencia, es capaz de poner entre paréntesis tal instinto y trascenderlo hasta tal punto que se niegue a comer, lo cual tiene graves consecuencias para el organismo y puede acarrear, en último término, la muerte libremente elegida.

4. 3. Trastornos emocionales

Cuando la crisis de sentido se manifiesta con carácter permanente puede derivar en formas de trastornos emocionales y afectivos que exigen un tratamiento terapéutico y farmacológico adecuado. Entre ellos destaca, por sus implicaciones, el estado depresivo. 

Éste es un trastorno del estado del ánimo que lleva asociados sentimientos de abatimiento y de infelicidad. Estos sentimientos provocan una pérdida de la capacidad para disfrutar de las cosas. Además, este estado tiene implicaciones directas en todas las esferas de la vida. 

4. 4. El suicidio

La más grave consecuencia de la crisis de sentido es el suicidio. Cuando una persona llega a la conclusión de que su vida carece absolutamente de valor y que está completamente de más en el mundo, es fácil que llegue a provocarse la muerte, máxime si se siente sola y abandonada y, además, padece sufrimientos de distinta índole. 

El suicidio no debe relacionarse únicamente con la patología de orden mental, el desequilibrio cognitivo o emocional, pero es cierto que en la inmensa mayoría de situaciones el suicidio responde a una causa psicopatológica determinada que es responsable de este vacío existencial, la rabia incontenible o el sentimiento de culpa, que finalmente desemboca en esta conducta autoagresiva. Existe el suicidio que es consecuencia de una decisión tomada libre y responsablemente, aunque detrás de una decisión de esta naturaleza siempre hay un cansancio vital. 

4. 5. La atribución de culpa en el entorno afectivo

La crisis de sentido de una persona puede tener un efecto significativo en su entorno afectivo y en la comunidad de profesionales encargados de sus cuidados. 

Todos ellos se preguntan dónde han fallado y qué responsabilidad tienen en esta crisis. Esto genera unos sentimientos que van más allá de la individualidad de la persona. En concreto, irrumpe con fuerza una emoción muy tóxica: la culpabilidad.

5. La construcción del sentido

El ser humano se pregunta por el sentido de su vida a cualquier edad. No se necesita ser filósofo de profesión para hacerlo; todo ser humano, en sus reflexiones, pone el sentido de la vida como una cuestión fundamental; tal vez como la cuestión fundamental. 

Maurice Blondel, filósofo francés, empieza su magna obra, La acción, con una pregunta decisiva: ¿Sí o no tiene la vida humana sentido?” y Albert Camus, en El mito de Sísifo, considera que la pregunta filosófica por definición es “¿Por qué no debo suicidarme?”. 

El lugar y el momento donde emerge esta pregunta no se pueden anticipar, pero hay situaciones particularmente idóneas para interrogarse por el sentido de la vida. 

El ser humano se pregunta por el sentido de su vida a cualquier edad. No se necesita ser filósofo de profesión para hacerlo; todo ser humano, en sus reflexiones, pone el sentido de la vida como una cuestión fundamental; tal vez como la cuestión fundamental

Abraham Maslow situaba, en su teoría sobre la motivación humana, esta necesidad de sentido vital en la cúspide de las necesidades humanas. Da la impresión de que, si bien la satisfacción de las necesidades físicas para la vida es la cuestión primordial, las necesidades de autorrealización son más que prominentes. Se podría decir que no solo de pan vive el hombre. Necesita un para qué, un estímulo. 

Estudios posteriores han demostrado este hecho, sugiriendo que la pirámide de necesidades planteada por Maslow no seguía un orden tan jerárquico como él estableció. De esta forma, para algunas personas la necesidad de encontrar un sentido a su vida es tanto o más importante que la satisfacción de las necesidades físicas.

A juicio de Viktor Frankl, existen tres caminos principales para dotar a la vida de sentido: primero, realizando una obra significativa para el individuo; segundo, viviendo una experiencia referente a algo o alguien en toda su unicidad y singularidad, es decir, amando. Como se ha dicho anteriormente, obtenemos el sentido ya sea en el servicio a una causa o en el amor a una persona. Finalmente, hay una tercera vía de suma importancia para descubrir el sentido de la vida, la denominada hoy en día capacidad de resiliencia: la que hace que incluso una víctima desamparada en una situación desesperada, ante un destino que no está en sus manos cambiar, pueda sobreponerse a sí misma, crecer más allá, y, de esta manera, cambiarse a sí misma. Tales personas convierten su tragedia personal en un triunfo.

En el atardecer de la vida, las motivaciones difícilmente pueden ser las mismas que se plantean en el período de la juventud o en el de madurez, pero existen otras razones que justifican la vida y activan el anhelo de vivir. La búsqueda de estas razones exige un diálogo abierto, una reflexión serena, personalizada, atenta a la biografía y a las circunstancias concretas de cada persona. 

Viktor Frankl, cuando trataba a un paciente con síntomas de desesperación, le preguntaba por qué no se suicidaba. Si el paciente era capaz de identificar tres, dos o una sola razón para mantenerse en la existencia, le mostraba, de un modo indirecto, el sentido, lo que le sostenía. El sentido es lo que salva a la persona de la rutina vital, del abandono de uno mismo. 

Como indica Jean Grondin, no se puede vivir sin sentido . Lo cierto es que lo buscamos para nuestra vida, y cuando no estamos conformes con el que hemos encontrado o propuesto para ella, sigue la búsqueda. Estamos, de un modo u otro, en camino y cuando se va el sentido o se pierde, se va y se pierde la vida; entonces es cuando amenaza el suicidio. 

El sentido es lo que orienta y lo que impulsa, se puede decir en singular o en plural. En efecto, no necesariamente existe un único sentido que guía la propia vida. En ocasiones, puede ser un conjunto de motivaciones lo que mantiene a la persona en la vida o lo que la ata a los otros. 

Quien tiene un sentido, experimenta deseo de vivir; mientras que quien padece el vacío existencial, siente cómo su voluntad de vivir se apaga

La cuestión del sentido es claramente un asunto intrapersonal, pero también interpersonal, mediante las relaciones y el diálogo con otros. Dicho de otro modo, el sentido se sitúa en el interior de las personas, pero también en el ágora pública en la cual dialogamos con los otros y confeccionamos el conjunto de relaciones que constituyen la sociedad. Preguntarse por el sentido es interrogarse por el significado de algo, por la dirección hacia la que ese algo apunta. 

Cuando los profesionales empiezan a detectar en el usuario una actitud de cansancio vital que no tiene su causa en un trastorno corporal o en la ingesta de algún fármaco, deben indagar si tal situación anímica tiene su raíz en una crisis de sentido. Si la razón de tal estado es de esta naturaleza, la posibilidad de resolverla, vía farmacológica, es nula. Se requiere otra estrategia. 

En tal situación, adquiere máximo valor la escucha, el diálogo atento, la narración de la propia vida. A través del diálogo, el profesional puede detectar lo que para el destinatario es realmente valioso, lo que él no identifica de un modo consciente, pero que verdaderamente es lo que puede activar su afán de vivir. Se trata de poner de manifiesto lo que le vincula a la vida, lo que da valor. En este diálogo resulta fundamental el conocimiento biográfico de la persona, sus intereses, su historia de vida, sus vínculos, sus aficiones y su profesión. 

En el diálogo apreciativo, cuyo fin es identificar, de nuevo, el sentido o sentidos que dan valor al vivir, se deben tener en cuenta tres elementos: el presente, la contemplación y la narración de la experiencia vivida. En el atardecer de la vida, se debe situar el sentido en un espacio limitado de tiempo en el futuro. Corresponde a etapas como la infancia, la juventud e incluso la madurez situarlo en el futuro más lejano, pero en la vejez, el sentido de la vida posee una fuerte carga de presente. Se trata de ayudar a la persona mayor en el momento que está viviendo, en el ahora, en cada actividad que haga o, como mínimo, en algunas de ellas. El futuro es incierto en todas las etapas de la vida, pero en la vejez, la brevedad de futuro constituye una certidumbre. 

En la vejez, como en todas las etapas de la vida, las personas tienen unos aspectos centrales que dotan de sentido a su existencia. Estos aspectos pueden ser, como se ha visto, muy variados, pero en la vejez comparten una característica común: son más realistas y ajustadas a los recursos con los que cuenta una persona según la influencia, positiva o negativa, de su contexto e historia personal.

La voluntad de vivir es inherente a todo ser vivo. La expresión voluntad de vivir (Wille zum Leben) pertenece a la filosofía de Arthur Schopenhauer. Según el filósofo alemán, todo ser vivo vive impulsado por tal voluntad, aunque en cada ser se expresa de modos distintos, pero en el ser humano puede llegar a ser consciente.

Cuando el vivir se percibe anodino, insulso, absurdo, la voluntad de vivir puede menguar e incluso apagarse. Por el contrario, cuando uno tiene una motivación o una razón por la que luchar o, en definitiva, unos objetivos vitales, la voluntad de vivir crece a la máxima potencia y uno es capaz de enfrentarse a todo tipo de dificultades y de adversidades. Eso significa que existe una íntima correlación entre la voluntad de vivir y la de sentido. Quien tiene un sentido, experimenta deseo de vivir; mientras que quien padece el vacío existencial, siente cómo su voluntad de vivir se apaga. 

Podemos discrepar sobre el sentido y el contenido del bien y de la felicidad, pero difícilmente podemos negar que la búsqueda de ambos constituya un elemento esencial de la vida

La vida nos arrastra con su impulso intrínseco, impregnándonos de esperanza de conseguir algo, aquello que satisfaga nuestros anhelos más profundos. Ante todo, es la esperanza de ser felices, de conseguir el bien que todos anhelamos, aunque cada ser humano define el bien de modo diferente. Podemos discrepar sobre el sentido y el contenido del bien y de la felicidad, pero difícilmente podemos negar que la búsqueda de ambos constituya un elemento esencial de la vida. 

Referencias bibliográficas

Frankl V. El hombre en busca del sentido. Barcelona: Herder; 2001.
Frankl V. El hombre doliente. Barcelona: Herder; 1990.
Frankl V. Ante el vacío existencial. Barcelona: Herder; 2000.
Frankl V. La voluntad de sentido. Barcelona: Herder; 1994.
Frankl V. Logoterapia y análisis existencial. Barcelona: Herder; 1994.
Gollwitzer H. Pregunto por el sentido de la vida. Madrid: Sociedad de Educación Aenas;1977.
Grondin J. Del sentido de la vida. Barcelona: Herder; 2005.
Torralba F. El sentido de la vida. Planeta: Barcelona; 2011.
Torralba F. ¿Por qué Pierre Anthon debería bajar del ciruelo? Interioridad y sentido. Madrid: Khaf; 2013. 

 

Para citar este artículo:  Torralba, F. El cansancio vital. Una exloración filosófica. Bioètica & Debat · 2017; 23(82): 3-8