La verdad de las mentiras. El dilema

Resumen

La película "El dilema" se basa en la historia real de Jeffrey Wigand, un científico de una compañía tabaquera que descubre prácticas poco éticas, como la adición de sustancias adictivas a los cigarrillos. Sin embargo, una cláusula de confidencialidad le impide revelar esta información al público. El dilema se centra en si debe divulgar la verdad, arriesgando su vida y su carrera, o cumplir con el acuerdo de confidencialidad.
La película aborda temas como la falta de ética de las grandes corporaciones y la lucha por la verdad y la salud pública. Además, invita al espectador a reflexionar sobre dilemas éticos en su propia vida y a cuestionar la credulidad frente a la información. Se destaca la importancia de la lucidez y la búsqueda de la verdad como antídotos contra las noticias falsas y se enfatiza la necesidad de tomar decisiones éticas en situaciones cotidianas. 

Publicado
14 | 9 | 2023
Tomás Domingo Moratalla

Profesor de Filosofía. Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)

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Bioètica & Debat

Jeffrey Wigand es un científico y directivo de la famosa tabacalera norteamericana Brown & Williamson. Descubre el secreto que la industria tabacalera oculta celosamente: introducen en los cigarrillos sustancias que crean adicción en los fumadores, en concreto cumarina, una sustancia moderadamente tóxica, cuyo uso ya fue prohibido en alimentos destinados al consumo humano. Pero una cláusula de confidencialidad le impide divulgar las prácticas de la empresa tabacalera. De esta manera, ya tenemos el dilema en marcha: ¿debe comunicar Jeffrey Wigand la verdad de las prácticas de esta empresa tabacalera, que ponen en riesgo la salud de los consumidores, o callar y cumplir con lo firmado? ¿Qué debe hacer? ¿Seguir a su conciencia? ¿Cuidar su vida? ¿Cuidar la salud de los demás?

Si el dilema ya de por sí fuese pequeño, nos encontramos con que acude a Lowell Bergman, productor televisivo, el cual está dispuesto a arriesgar su carrera en un programa de televisión revelando la verdad a la opinión pública, y ello contra la decisión de la cadena de televisión (CBS), aliada empresarial de la tabacalera. Tenemos, pues, grandes empresas tabacaleras y hombres, individuos, dispuestos, quizás, a arriesgarlo todo. El dilema ha adquirido dimensiones descomunales: la conciencia contra el dinero, David contra Goliat, la honestidad contra la mentira. Bien podría ser esta la sinopsis de una película cualquiera, película de sobremesa o de una trepidante serie de televisión. Pero esta película… ¡es otra cosa!

Es otra cosa, en primer lugar, porque es gran cine lo que tenemos entre manos. No se trata de una de las grandes películas de la historia, ni mucho menos. No lo necesita. El dilema es una película para disfrutar, para entregarnos a ella, para sumergirnos en ese mundo que nos propone. La dirección es magnífica. Michael Mann, director de grandes películas como El último mohicano o la muy alabada serie Corrupción en Miami, logra dar a la película un ritmo excelente que hace que el excesivo metraje no sea un lastre. La fotografía es exquisita, cuidada; la música acompaña y nos lleva por los vericuetos de la trama. Y los dos actores protagonistas nos ofrecen prodigiosas interpretaciones. Probablemente la mejor interpretación de Russel Crowe. Al Pacino, soberbio. Buen cine, cine con mayúscula.

En segundo lugar, aunque el tema a nosotros, hombres y mujeres de la segunda década del siglo XXI, nos puede parecer ya visto −el mundo de la denuncia social, presiones, acosos, la batalla contra el poder, principios y consecuencias de nuestros actos, etc.−, es precisamente esta película, o un par más como ella, las que han convertido estos temas en tópicos. Por eso conviene, al menos en esta ocasión, detenernos en este clásico, en el comienzo del tópico. Nuestro laboratorio ético y humano que es el cine nos pone en esta ocasión ante los ojos el inmenso poder de las grandes empresas tabacaleras y de las grandes empresas periodísticas. Antes estos grandes poderes, las personas poco podemos hacer, al menos en principio. Este inmenso poder juega despreocupado con la salud de las personas y también con la verdad de la información. Ni “salud” ni “verdad” son valores capaces de frenar una ética movida exclusivamente por el poder, el dinero, el control y la manipulación. Y aquí entra en juego la conciencia de nuestros protagonistas: ¿qué se debe hacer? ¿qué es lo correcto?

Pero hay un tercer motivo que hace que esta película sea digna de ver, o de volverse a ver. Es una película pensada y dirigida a nuestra inteligencia y a nuestra sensibilidad: una película inteligente. Está hecha para pensar, para sentir, para conmovernos. No para cómodos, ni para “estúpidos”. Una película llena de datos, de mucha información, de argumentaciones densas; hecha con mucha inteligencia; busca entretener inteligentemente, busca que entendamos placenteramente. Se trata de un gran relato, una gran narración. Y como toda gran narración, aunque sea ficción, y se mueva en el ámbito de la mentira, nos acerca a la verdad.

Quien debería decirnos la verdad, el periodista, nos engaña; el fabulador y narrador, a través de la mentira o el cuento, nos dice la verdad.

No voy a comentar lo evidente: el tratamiento de la información, la mentira, no decir la verdad, la falta de rigor, la trama legal o el thriller psicológico. La falta de ética de las grandes empresas, donde no importan las personas, la labor del periodismo social a la hora de denunciar los engaños, o las inhumanas cláusulas de confidencialidad son magníficos temas que dan para debates y buenas reflexiones éticas.

Pero la película nos da pistas para ir más allá, para pensar de otra manera. Por ejemplo, vemos que los protagonistas, sobre todo Jeffrey Wigand, no pueden ser considerados buenas personas, quizás son indeseables, pero, a pesar de todo, la conciencia se pone en marcha.

Al ver la película podemos identificarnos con los personajes y sus grandes y poderosos conflictos/dilemas, y entrar en ese juego de ponernos en su lugar, y decirnos ¿qué haría yo? Pero eso es lo fácil. La tarea de denunciar a una gran empresa, luchar por nuestros principios, dar nuestra vida por la verdad o la salud de las personas puede ser fácil, en teoría. Pero no deja de ser un juego; me gustaría que el espectador no solo se sumergiera en la película, sino que también llevara la película a su vida, es decir, se plantease cómo la película puede iluminar sus pequeños problemas/dilemas. Me interesa que nosotros, espectadores, detectemos que estos dilemas no nos son ajenos, quizás no estos −de semejantes proporciones−, pero sí otros que están a nuestro alcance: qué hago yo, qué haría en esta situación concreta, etc. Esas pequeñas decisiones que vamos tomando nosotros, profesionales de la salud, educación, etc., o clientes/consumidores, son importantes. Y también son una lucha en favor de la salud, de la conciencia, o una forma de enfrentarnos a las fake news. ¿Qué hago yo por la verdad? ¿por la salud? ¿A qué, o a quién, doy crédito? ¿Qué opción elegiríamos? Hay círculos de poder que damos por supuestos. ¿Cómo luchar y enfrentarnos con situaciones, cuando no somos héroes, y tampoco se nos presentan heroicidades ni tragedias?

Luchar contra las fake news, despertar a la verdad, es despertar la conciencia, dejar de ser indiferentes. Y ello implica más información, más perspectivas, más crítica, y así buscar “criterios” para poder juzgar

Luchar contra las fake news, despertar a la verdad, es despertar la conciencia, dejar de ser indiferentes. Y ello implica más información, más perspectivas, más crítica, y así buscar “criterios” para poder juzgar. Y para eso necesitamos “ir a los otros” −ver, leer, escuchar, mirar, hablar− y, luego, “volver a uno mismo”, a ese lugar llamado conciencia −reflexión−, percatarse y deliberar. La conciencia moral es ese lugar entre ir a los otros y volver a uno mismo.

Para entrar en un relato, en una película, necesitamos practicar lo que se ha llamado “suspensión de incredulidad”, es decir, fiarnos y dar crédito a lo que se nos presenta. Y suspendemos la incredulidad al abrir el libro, entrar en la sala de cine. Pero ¿qué pasa cuando estamos permanentemente “empantallados”, envueltos en pantallas, en fuentes de información? Hemos hecho de cierta “suspensión de incredulidad” nuestra normalidad, y el mundo se ha convertido en pantalla, en un dispositivo. Nos lo creemos todo por el solo hecho de estar allí y ser repetido una y otra vez; damos crédito, contra todo descrédito. Quizás las grandes películas, como esta, las grandes obras de la cultura pueden ser el ritual para suspender la credulidad, y alcanzar poderosa y paradójicamente la verdad con la mentira, con las ficciones. Y dejar así de ser crédulos, no para dejar de creer, sino para creer de otra forma, con lucidez; el único antídoto contra las fake news es la lucidez, la búsqueda de lucidez.

Ficha técnica:

Título original: The Insider

Año: 1999

Duración: 151 min.

País: Estats Units

Director: Michael Mann

Guión: Eric Roth, Michael Mann (a partir d’un article de Marie Brenner)

Reparto: Al Pacino, Russell Crowe, Christopher Plummer, Diane Venora, Philip Baker Hall, Colm Feore, Bruce McGill, Lindsay Crouse, Debi Mazar, Gina Gershon, Stephen Tobolowsky, Michael Gambon, Rip Torn

Género: Intriga. Drama
 

Para citar este artículo: Domingo-Moratalla, T. La verdad de las mentiras. El dilema. Bioètica & debat. 2020; 27(90): 26-27