Neuroética: ¿un término necesario?

Resumen

El término Neuroética se ha ido extendiendo en los últimos años. El artículo examina cuáles pueden ser las razones de este hecho y se pregunta si realmente existe una especificidad tal que la convierta en una disciplina diferente de la Bioética. Concluye con la afirmación de que la Neuroética es, a lo sumo, una rama de la Bioética, y hace un llamamiento a la transdisciplinariedad auténtica para abordar ese sistema complejo que es el cerebro humano.

Publicado
27 | 3 | 2025
Jose Ramon Amor Pan

José Ramón Amor Pan (La Coruña, 1966) es doctor en Teología Moral, diplomado en Derecho y máster en Cooperación al Desarrollo. Sus principales áreas de trabajo son la bioética y la educación en valores.

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Bioètica & debat

Cabe atribuir a Anneliese A. Pontius 1 el mérito de haber utilizado por primera vez el término Neuroética en un trabajo de 1973 en el que analizaba las investigaciones para acelerar el desarrollo motor del recién nacido. Volverá a utilizar el término 20 años más tarde en un artículo sobre el trastorno del desarrollo por déficit de atención. R. E. Cranford 2 utilizó el término al hablar del neurólogo como asesor ético y como miembro de los comités éticos institucionales en un artículo publicado en 1989. Patricia Churchland hará otro tanto en 1991 en su trabajo “Our brains, ourselves: reflections on neuroethical questions”. 

Cabe atribuir a Anneliese A. Pontiusel mérito de haber utilizado por primera vez el término Neuroética en un trabajo de 1973 en el que analizaba las investigaciones para acelerar el desarrollo motor del recién nacido

No obstante, fue el congreso celebrado en San Francisco los días 13 y 14 de mayo de 2002 el que marcó el verdadero arranque de la Neuroética. Auspiciado por la Universidad de Stanford, la Universidad de California y la Dana Foundation, este evento tuvo un gran eco mediático (con una muy bien pensada campaña publicitaria) y provocó que esta disciplina, hasta entonces prácticamente desconocida, dejase de concernir exclusivamente a un pequeño grupo de bioeticistas y filósofos norteamericanos para convertirse en una cuestión de primera magnitud para neurocientíficos, empresas y gobiernos.

Los organizadores definieron la Neuroética como “el estudio de las cuestiones éticas, legales y sociales que surgen cuando los hallazgos científicos sobre el cerebro son llevados a la práctica médica, a las interpretaciones legales y a las políticas sanitarias o sociales. Estos hallazgos están ocurriendo en campos que van desde la genética o la imagen cerebral hasta el diagnóstico y predicción de enfermedades. La Neuroética debería examinar cómo los médicos, jueces y abogados, ejecutivos de compañías aseguradoras y políticos, así como la sociedad en general, tratan con todos estos resultados.” 3

Ahora bien, probablemente la definición más conocida sea la que dio, en su alocución a los congresistas, William Safire, Presidente entonces de la Dana Foundation y columnista de The New York Times: “El examen de lo que es correcto e incorrecto, bueno y malo, en el tratamiento de, la perfección de o la inoportuna invasión e inquietante manipulación del cerebro humano”.Probablemente, su condición de columnista en The New York Times, escritor de novelas y ganador del Premio Pulitzer haya tenido mucho que ver en el eco mediático que este congreso tuvo y el rápido espacio que la Neuroética encontró en los medios de comunicación.

Pero volvamos a su intervención. La idea central que allí se resalta es clara y marcará el desarrollo ulterior la Neuroética: “La Neuroética, aunque conectada con la Bioética, es una disciplina diferente. La Bioética reflexiona sobre las consecuencias buenas o malas de la práctica médica y de la investigación biológica. Sin embargo, la ética específica de la ciencia del cerebro alcanza lo más íntimo de nosotros, como no ocurre en la investigación de ningún otro órgano. Trata de nuestra conciencia –nuestro sentido del yo– y por ello es central para nuestro ser. ¿Qué nos distingue de los demás más allá de nuestra fisonomía? He aquí la respuesta: nuestra personalidad y nuestra conducta. Y esas son las características que la ciencia del cerebro pronto será capaz de cambiar de una manera significativa. Seamos realistas: el hígado de una persona es más o menos como el de otra. Nuestro cerebro, por el contrario, nos da nuestra inteligencia, integridad, curiosidad, compasión y –aquí está lo más misterioso de todo– nuestra conciencia. El cerebro es el órgano de la individualidad”. 5

Desde ese congreso seminal, el desarrollo de la Neuroética ha ido muy rápido, tremendamente rápido habría que decir. Así, en 2006, se creó la Neuroethics Society. Su primer congreso se celebró en Washington en el año 2008. Desde entonces celebra un congreso anual. La decisión de crear una sociedad sobre Neuroética, según se puede leer en su página web, salió de una pequeña reunión celebrada en Asilomar, California, en mayo de 2006. Hasta ese momento, las personas interesadas en Neuroética interactuaron a través de alguna reunión ocasional o simposio, pero no participaron en una escala más grande o en una organización más permanente. Los asistentes a Asilomar decidieron que esa organización era necesaria para fomentar el tipo de interacción continua, el aprendizaje y la discusión crítica que fortaleciese este campo. También les parecía que ayudaría a atraer a personas nuevas interesadas en la Neuroética, el siguiente paso importante para el progreso continuo en este campo. En octubre de 2010, se aliaron con la Red de Neuroética Internacional (INN) y en febrero de 2011 el nombre de la entidad se cambió al de Sociedad Internacional de Neuroética.

El siglo XX vio un progreso sin precedentes en las ciencias básicas de la mente y el cerebro y en el tratamiento de los trastornos psiquiátricos y neurológicos. Ahora, en el siglo XXI, la Neurociencia juega un papel cada vez mayor en la vida humana, más allá del laboratorio de investigación y clínic

La sociedad se define a sí misma como “un grupo interdisciplinario de académicos, científicos, médicos y otros profesionales que comparten un interés por las implicaciones sociales, legales, éticas y políticas de los avances en la Neurociencia. El siglo XX vio un progreso sin precedentes en las ciencias básicas de la mente y el cerebro y en el tratamiento de los trastornos psiquiátricos y neurológicos. Ahora, en el siglo XXI, la Neurociencia juega un papel cada vez mayor en la vida humana, más allá del laboratorio de investigación y clínica. En las aulas, tribunales, oficinas y hogares de todo el mundo, la Neurociencia nos está dando nuevas y poderosas herramientas para el logro de nuestros objetivos, todo lo cual está produciendo una nueva comprensión de nosotros mismos como seres sociales, morales y espirituales”.

Son numerosos los programas y centros de investigación que se han puesto en marcha, como el National Core for Neuroethics de la Universidad de British Columbia en Vancouver (Canadá), que dirige Judy Illes; el Center for Neuroscience and Society de la Universidad de Pensilvania (Estados Unidos), cuya directora es Martha Farah; o el Oxford Center for Neuroethics en Gran Bretaña, al frente del cual se encuentra Julian Savulescu. 

¿Realmente hace falta el neologismo?

Opino que no. Lo mismo que no hablamos de una Tánato-Ética, ni de una Gen-Ética, ni tan siquiera de una Eco-Ética (aunque intentos hubo al respecto), porque no hay razones que lo justifiquen, porque esos temas están bien incluidos en la Bioética, tampoco cabe hablar de una Neuro-Ética, por mucho que el término haya alcanzado notoriedad. Son numerosas –y autorizadas– las voces que cuestionan el uso de este término y la legitimidad de la Neuroética como área de conocimiento. Los problemas éticos y filosóficos que suscitan las neurociencias no son ni nuevos ni únicos; tampoco requieren una aproximación metodológica novedosa respecto a lo que la Bioética y la Filosofía de la Mente vienen haciendo en las últimas décadas. Es más, como señalan Wilfond y Ravitsky, “con esta exagerada demanda de excepcionalismo neuroético, los autores distraen la atención de las auténticas preocupaciones éticas y filosóficas al enfatizar una distinción innecesaria que complica el análisis”.6

Los problemas éticos y filosóficos que suscitan las neurociencias no son ni nuevos ni únicos; tampoco requieren una aproximación metodológica novedosa respecto a lo que la Bioética y la Filosofía de la Mente vienen haciendo en las últimas décadas

La Neuroética, a lo sumo, sería una rama dentro de la Bioética. Así lo señala también Racine, de la Universidad de Montreal, en la presentación de la asignatura Introducción a la Neuroética, al indicar como objetivo primero de la misma “situar la Neuroética dentro del desarrollo de la Bioética” y afirmar que “la Neuroética es un nuevo campo de la Bioética”. Y aun así, Albert Jonsen consideraría mucho más acertado hablar de Encefaloética: “Si yo fuese el organizador de un congreso sobre imaginería cerebral, consciencia y ética, yo le daría el nombre de Encefaloética, la ética del cerebro (…). William Safire dio el nombre de Neuroética al campo que nosotros estamos explorando hoy. Mi Encefaloética es una denominación más elegante y precisa. Las materias sobre las que estamos trabajando no alcanzan al sistema nervioso central como un todo sino a sus partes más nobles, el cerebro, el cerebelo y las estructuras adyacentes, o en griego clásico, al encéfalo”. Por cierto, Jonsen pone de relieve en este artículo cómo, en el origen mismo de la Bioética, estuvieron presentes cuestiones relativas a la Neurología, todas ellas relacionadas con la necesidad de revisar la definición de muerte, hasta el punto de alcanzar una nueva definición estrictamente justificada en argumentos neurológicos.

Las cuestiones acerca de la libertad y el determinismo, la esencia de lo humano frente al resto de animales, las bases biológicas de la conducta… han sido cuestiones importantes desde la filosofía griega clásica, reactualizadas e intensificadas cuando la ingeniería genética comenzó a ser una realidad clara en los años 1980 y ahora con los avances de las neurociencias. Empecinarse en subrayar la especificidad y la necesidad de la Neuroética como disciplina no solo distrae sino que oscurece y dificulta el adecuado tratamiento de estas cuestiones. Más aún, como indican Wilfond y Ravitsky, tratar esta área como nueva y excepcional puede dar la impresión de que el cerebro define la esencia de la vida y la identidad de la persona. Semejante esencialismo puede alimentar una errónea perspectiva determinista: exagerar los peligros sociales de aplicar el nuevo conocimiento.8 Tomar la parte por el todo es un claro error.

¿Por qué, entonces, se sigue hablando de Neuroética? Lo diré con una cierta brusquedad: en todos los ámbitos el prefijo “neuro” sirve para fascinar, promover, convencer… proporciona una apariencia de ciencia, de verdad objetiva, de progreso, de modernidad… y también debemos reconocer que hay mucho dinero por medio (es evidente que lo “neuro” vende mucho y atrae fondos de financiación).

Pienso que, además, hay una fuerte deriva ideológica en todo ello. En la Neuroética subyace algo más que una oportunidad científica, hay todo un ideario filosófico: el positivismo y un craso eliminativismo materialista. El reduccionismo y el determinismo pretenden invadirlo todo. Hay también en el trasfondo un modelo ético: el pragmatismo y el utilitarismo, sin olvidarnos del emotivismo. La influencia de todos estos planteamientos en el surgimiento de la Neuroética ha sido decisiva. No estaría de más recordar que aprovechar el prestigio adquirido en el ámbito de la investigación científica para promover opiniones ideológicas personales es un claro abuso de autoridad.

Conviene tener claro que, “al menos desde el siglo XVII, la filosofía anglosajona ha tendido al empirismo, a la vez que la europea continental ha sido proclive al racionalismo. Esto tiene importantes consecuencias morales. Las filosofías empiristas suelen ser emotivistas (de ahí la importancia que conceden al principio de autonomía) y consecuencialistas (de donde su atención preferencial al principio de beneficencia). Por el contrario, las filosofías de la Europa continental tienden a ser racionalistas (creen posible establecer principios absolutos, que obliguen moralmente, con independencia de la voluntad empírica de los sujetos) y deontologistas (de ahí la importancia que en su tradición tiene la justicia como principio absoluto, previo a cualquier otra consideración moral). Como resultado de todo ello, las éticas anglosajonas suelen ser utilitaristas, en tanto que las centroeuropeas no”. 10 Y esto se deja ver, y mucho, en la Neuroética. De tal modo que, en mi opinión, uno no debiera dejarse seducir por la apariencia de nuevo cuando lo que subyace es una vieja rivalidad filosófica.

En algunos autores, además, se observa una cierta obsesión con el hecho religioso y una ansia desbordante por descalificarlo, una especie de reacción o confrontación con el mismo, especialmente frente al cristianismo (del que se destacan todos los horrores y ninguna bondad, y cuya imagen se extrae de ciertas corrientes evangélicas fundamentalistas norteamericanas y no de los más serios y destacados teólogos actuales). De tal forma que podemos incluir a estos autores en eso que ha venido en llamarse el “nuevo ateísmo”. Veamos dos ejemplos: Steven Pinker, profesor de Psicología en Harvard, se expresa en los siguientes términos: “La doctrina de una alma que sobrevive al cuerpo puede ser cualquier cosa menos honesta, porque devalúa necesariamente la vida que vivimos en esta tierra”. 11 Y Francisco Mora, catedrático de Fisiología Humana en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense, también se despacha a gusto: “Dios es una idea. Una idea, un abstracto, un concepto, un universal creado por el cerebro humano (…). A Dios lo construye el hombre con su cerebro. Y a esa conclusión, inalienable, nos llevan hoy los resultados de las ‘excavaciones’ que se realizan desde la Neurociencia cognitiva y el estudio de la evolución humana”. 12

En conclusión, considero que lo correcto es hablar de Bioética y neurociencias. En una Bioética entendida como “el estudio interdisciplinar (transdisciplinar) orientado a la toma de decisiones éticas de los problemas planteados a los diferentes sistemas éticos por los progresos médicos y biológicos, en el ámbito microsocial y macrosocial, micro y macroeconómico, y su repercusión en la sociedad y su sistema de valores, tanto en el momento presente como en el futuro”, 13 hay sitio para la reflexión ética originada en los avances de las neurociencias, tanto en su vertiente aplicada como en la fundamental. Hoy más que nunca hace falta tender puentes y fomentar lo transdisciplinario, porque “lo más obvio que puede decirse acerca del cerebro, desde el punto de vista de que es un sistema complejo, es que el reduccionismo y la atomización continuos probablemente no nos llevarán por sí mismos a un entendimiento fundamental de la complejidad del cerebro”. 14

Referencias bibliográficas:

1 . PONTIUS, A.A., “Neuro-ethics of walking in the newborn”, Perceptual and Motor Skills 37 (1973) 235 – 245.
2. CRANFORD, R.E., “The neurologist as ethics consultant and as a member of the institutional ethics committee. The neuroethicist”, Neurologic Clinics 7 (1989) 697 – 713. 
3. MARCUS, S.J. (ed.), Neuroethics. Mapping the Field (The Dana Foundation, New York 2002), p. III. 
4. MARCUS, S.J. (ed.), Neuroethics. Mapping the Field, p. 5.
5. MARCUS, S.J. (ed.), Neuroethics. Mapping the Field, pp. 6 – 7.
6. WILFOND, B.S. – RAVITSKY, V., “On the Proliferation of Bioethics Su-Disciplines: Do We Really Need Genethics and Neuroethics?”, American Journal of Bioethics 5 (2005) 20.
7. JONSEN, A., “Encephaloethics: A History of the Ethics of Brain”, American Journal of Bioethics 8 (2008) 37.
8. WILFOND, B.S. – RAVITSKY, V., “On the Proliferation of Bioethics Su-Disciplines: Do We Really Need Genethics and Neuroethics?”, American Journal of Bioethics 5 (2005) 21.
9. GARCÍA ALBEA, J.E., “Usos y abusos de lo neuro”, Revista de Neurología 52 (2011) 577 – 580. 
10. GRACIA, D., Fundamentación y enseñanza de la bioética (El Búho, Bogotá 1998), p. 20.
11. PINKER, S., La tabla rasa (Paidós, Barcelona 2003), p. 283.
12. MORA, F., El dios de cada uno. Por qué la Neurociencia niega la existencia de un dios universal (Alianza Editorial, Madrid 2011), pp. 175 – 178.
13. ABEL. F., Bioética: orígenes, presente y futuro (Instituto Borja de Bioética, Barcelona 2001), pp. 5-6.
14. AA.VV., La comprensión del cerebro. Hacia una nueva ciencia del aprendizaje (OCDE y Aula XXI Santillana, México 2003), p. 116.

Para citar este artículo: Amor J.R. Neuroética: ¿un término necesario?. Bioètica & debat · 2013; 19(68): 12-15