Reflexiones éticas sobre el dopaje
El texto aborda la responsabilidad ética en la medicina deportiva, especialmente en relación con el dopaje. Señala que la medicina debe promover la salud de manera integral y no usarse para satisfacer deseos ajenos a la mejora humana. También destaca la responsabilidad de médicos, entrenadores y directivos en los casos de dopaje, subrayando que no se puede delegar la responsabilidad, solo la autoridad. Se aboga por controles antidopaje eficaces y por la colaboración de los deportistas, medios de comunicación y la escuela para fomentar una ética deportiva centrada en la participación y no en la victoria a cualquier precio. Se critica la deshumanización del deporte y la importancia de valorar el "fair play".
Manel Cuyàs, S.I. ha sido uno de los profesores más activos y prolíficos de la facultad de teología del Centro Borja y posteriormente en Barcelona. Su especialidad fueron los estudios relativos a la ética y la moral y, los últimos años de su carrera, se interesó por la bioética.

La ética califica el dopaje de deshonesto porque contradice la finalidad y las mejores calidades del deporte.
Aunque el perjuicio producido por la droga a la salud puede ser despreciable, si la usamos con moderación y de forma intermitente, y solo en momentos competitivos y al límite de la capacidad de resistencia, propio del dopaje, compuerta su dependencia, cuando menos por la necesidad de lograr el nivel que es considerado como mínimo satisfactorio en el uso de las mismas fuerzas. Esta dependencia contradice el carácter esencialmente lúdico del deporte. Y la desagradable sensación de cansancio y depresión que normalmente acontece después de la euforia de la droga, no está de acuerdo con la vertiente de placer y goce del ejercicio físico realizado de forma adecuada y con la ’experiencia de relajación que se tiene que seguir en el reposo.
La dimensión lúdica ocupa un lugar importante en el deporte y tiene que permanecer como uno de los elementos esenciales en su tarea humanizadora
La dimensión lúdica ocupa un lugar importante en el deporte y tiene que permanecer como uno de los elementos esenciales en su tarea humanizadora. Pues bien, el dopaje, no tan solo mengua este aspecto lúdico sino que rebaja a la vez la calidad personal de la actuación, introduciendo elementos deshumanizadoras y autoagresivos, que aceleran el ritmo y aumentan el esfuerzo como efecto exclusivo de una acción estrictamente bioquímica. Incidimos con esta consideración, en otro aspecto de la desvinculación anímico-corporal a la cual hacíamos referencia antes.
La ética no tiene nada a decir de la introducción del elemento competitivo en el deporte. Con esto se estimula la superación, propia de toda actividad humana, pero el dopaje falsea este estímulo con la introducción de una competencia desleal que puede, incluso dar lugar a la violación de la más estricta justicia porque esta exige fidelidad a los plazos de un contrato y el dopaje implica faltar a las reglas del juego implícitamente convenidas.
Pasamos, con esta última reflexión, a considerar la función socializante del deporte que es, sin duda, la que resulta más perjudicada con la introducción de dopaje.
El deporte había destacado siempre, entre todos los jóvenes, por su eficacia para fomentar las relaciones interpersonales y para procurar una más grande y mejor aptitud en el desarrollo de la vida social. Sin confianza no hay vida social auténtica y en profundidad. Si algo es capaz de echar a perder la mutua confianza, y con esto la vida social, es el recurso de la mentira, con las suspicacias que esta compuerta. Pues bien, el dopaje introduce la «mentira» en el deporte mediante el recurso a medios artificiales, que falsean los resultados deportivos, y con el camuflaje de estos mismos medios para evitar que sean descubiertos con las pruebas antidopaje.
En esta misma línea de la función socializadora del deporte, se ponderaba el hecho que tenía la virtud de crear, a pequeña escala, un mundo a medida del ser humano, donde este podía bajar las defensas no puramente deportivas y relativizar el éxito personal, compartiendo el éxito ajeno con auténtica camaradería.
Responsabilidades diversas y específicas
Todas las personas y entidades relacionadas con el deporte, prácticamente todo ser humano, por la repercusión que el deporte puede tener para bien o para mal en la vida social, tiene que asumir su propia responsabilidad en la permanencia, aumento o eliminación del dopaje.
Entrenadores: por parte del entrenador, el dopaje implica, como elemento agravante, abuso de autoridad y adulteración de su propia misión, que es pedagógica y humanizadora. El deportista se le ha confiado para recibir la formación física y técnica adecuadas de acuerdo con sus posibilidades. En vez de esto, se lo empuja a engañarse a él mismo y a los otros sobre la realidad de estas posibilidades, a la vez que es instrumentalizado por el prestigio del club o de la nación.
La posición prevalente del entrenador implica, además, una coacción más o menos fuerte en el ánimo del alumno, que sabe que no lo puede decepcionar si quiere continuar teniendo la oportunidad de continuar superándose y de conservar el lugar del cual disfruta hoy. El más triste es que esta coacción, quizás inconsciente, mengua sus posibilidades de superación a largo plazo por el engaño sufrido y por el detrimento más o menos grande, que a la larga, supone el dopaje para la salud.
Merece la pena reflexionar también sobre el que comporta la llamada instrumentalización del deportista a través de la droga. La actividad deportiva es despersonalizada a favor de una especie de mecanización. Como la máquina o el animal, el deportista mediante el dopaje se pone al servicio de unas finalidades que no puede lograr por voluntad libre, y no son fruto propio y exclusivo de su actividad humana y controlada. Con esto se hace el juego a los sistemas opresores y deshumanizados de derechas y de izquierdas. La persona ya no sale del deporte ennoblecida y liberada, sino esclavizada y embrutecida.
Mediante el dopaje se pone al servicio de unas finalidades que no puede lograr por voluntad libre, y no son fruto propio y exclusivo de su actividad humana y controlada
En cualquier caso resulta funesto para la formación del joven impulsar—*lo a la trampa legal, pero la gravedad aumenta cuando se trata de aquellos jóvenes que, por cualquier causa económica-social, no han conocido otra escuela de seria formación y educación que la del entrenador deportivo.
Médicos: en el argot deportivo de algunos ambientes, el médico del deporte es llamado «entrenador de bata blanca». Si consideramos particularmente grave la introducción del dopaje por parte del entrenador, más lo es todavía por parte del médico.
Toda medicina, especialmente la dedicada al deporte, tiene como tarea no solo prevenir sino promover positivamente la salud en el sentido más amplio del término, pero traspasa los límites que le son propios si emplea sus técnicas puramente y simplemente para la satisfacción de deseos y aspiraciones ajenas a la mejora del ser humano. Que una persona en un momento dado, con la ayuda de un fármaco u otro artificio, consiga el que otros no han podido conseguir en su lucha para aumentar las comes o rebajar las décimas de segundo, no supone una conquista de auténticas posibilidades para 1’ser humano en su totalidad personal e histórica.
Un último aspecto ético, a veces olvidado, es la responsabilidad del médico en la injuria de la cual puede ser objeto el deportista cuando, por motivos de estricta salud, sobre todo si no dio por eso un consentimiento ilustrado, ha sido sometido a un tratamiento, que no supuso competencia desleal ni aumentó sus posibilidades psicofísicas para el triunfo, pero que puede dar positivo en un examen rutinario, quizás, provocado con la peor voluntad del mundo. Todavía resultaría más grave, administrarle aquellos productos sin verdadera indicación médica y a las espaldas del deportista con el fin de que rinda más o -ya sería demasiado- para provocar su descalificación. Parece que hasta aquí han llegado.
El poder decisorio puede delegarse y conviene que se delegue, pero la responsabilidad nunca se delega, como mucho se comparte.
Directivos: las responsabilidades propias de los entrenadores y médicos corresponden también a los directivos de los clubes y de las organizaciones tanto nacionales como internacionales, por la autoridad que ejercen sobre ellos. No pueden escudarse en la delegación de iniciativas, realizada al nivel propio del entrenador y del médico. El poder decisorio puede delegarse y conviene que se delegue, pero la responsabilidad nunca se delega, como mucho se comparte.
Atendido, pues, el peligro evidente de que, a niveles inferiores, se caiga en la tentación del dopaje: *lè Es necesario establecer controles eficaces que disuadan de *infeccionar-se y que estimulen a la lealtad y autenticidad propias del deporte; 2.º Es necesario también promover la colaboración de los mismos deportistas, impulsándolos a la sinceridad con la convicción que el control antidroga los defenderá de un doble peligro: por un lado, perder la salud, y tal vez la vida, por una inconsciencia juvenil, y por otro, ver sus fuerzas y posibilidades quemadas en poco tiempo por la explotación de la cual podrían ser objeto por parte de entidades u organismos deportivos demasiados comercializados o fanáticos. Con razón llegó el Consejo Europeo del Deporte a la conclusión que era necesario establecer control antidopaje, que las Federaciones nacionales tenían que asumir la responsabilidad y aplicarlo con rigor, y que era necesario pedir en los Estados aquellos instrumentos que lo tienen que hacer posible y eficaz.
Medios de comunicación social: es difícil ponderar la responsabilidad de estos medios. De la manera como ellos informan de la participación y éxitos en el deporte y, sobre todo, de la manera como ellos presentan el problema cuando sale un caso de dopaje, depende el hecho que el público acepte de buen grado el control y se dé cuenta del error que supondría pretender 1’éxito deportivo de los mismos colores a costa, precisamente, de aquellos que los defienden.
La colaboración de los medios de comunicación social en los cambios de perspectiva, resultará de extraordinaria importancia y viene exigida por la función de la prensa al servicio de la sociedad en general, que tendría que prevalecer siempre sobre los intereses particulares del sector que la lee, la escucha o la mira, filmada o televisada.
La escuela: aunque más remota, su acción antidopaje sería la más eficaz. Se trataría de revalorizar en la escuela -no me refiero exclusivamente a la del deporte- la educación en el sentido etimológico de la palabra, que significa facilitar el desarrollo de las mismas facultades físicas, intelectuales y sociales como algo que florece y da fruto hacia el exterior y es aportado a la sociedad, pero que no deja de ser algo propio y personal. Se trataría de primar la colaboración con otras sobre la competitividad, reduciéndola solo a un estímulo instrumental para asegurar al máximo el principal valor: en el deporte haría falta que se volviera a valorar más la participación que el triunfo, e incluso fomentar el desprecio de este cuando se consigue “a cualquier precio», a expensas de las auténticas virtudes deportivas.
Mientras se continúe valorando exclusivamente la victoria, se promoverá la desaparición del «fair play» y seguirá su curso la progresiva deshumanización del deporte
Sin un cambio similar de perspectiva en la concepción del deportista -y de la sociedad- poco podrán conseguir los progresos técnicos y jurídicos en la adopción de medidas antidopaje. El objetivo es instaurar la concepción propia del deporte -y la conciencia al respeto- en los directivos, médicos, técnicos, deportistas y público en general. Se trataría de culturizar a todos los ciudadanos, y especialmente a los vinculados de alguna manera con el deporte, no solo sobre los peligros que comporta el dopaje para la salud, sino, con particular dedicación, sobre el carácter antideportivo y fraudulento que le es propio. Mientras se continúe valorando exclusivamente la victoria, se promoverá la desaparición del «fair play» y seguirá su curso la progresiva deshumanización del deporte.
Para citar este artículo: M Cuyàs, Reflexiones éticas sobre el dopaje. Bioètica & debat · 2000; 5(21):1-4